Límite de la ciudad. Alcobendas (Madrid)
Límite de la ciudad. Alcobendas (Madrid)

el límite de la ciudad

24 de marzo de 2014

Los límites del territorio transformado por el hombre -y la ciudad y el campo, tal y como los conocemos, son complejas construcciones culturales y sociales humanas- suelen ser difusos y complejos. La ciudad, a menos que se encuentre con un límite físico que no pueda salvar, tiende a extenderse sin límite, ocupando y transformando el territorio adyacente. Sin embargo, al menos en las ciudades europeas, la expansión de las ciudades no es consecuencia de la necesidad de nuevo alojamiento por un aumento de la población urbana sino que responde a la explotación económica inmediata del territorio, que desfigura las relaciones con el espacio agrícola inmediato, perdiendo la densidad y la compacidad de su estructura. Como consecuencia de este proceso, aumentan las distancias entre los usos y la longitud de los desplazamientos, dificultando que la calle, la plaza o cualquier espacio público funcione de un modo efectivo como lugar de encuentro para la población.

Trama urbana de Santander, en 2001

Trama urbana de Santander, en 2001

La imagen superior muestra la estructura urbana de Santander en el año 2001, cuando, según datos obtenidos del INE (Instituto Nacional de Estadística), la ciudad alojaba 185.231 habitantes en 81.737 viviendas (es decir, había 2,26 habitantes por cada vivienda).
Trama urbana de Santander, en 2010

Trama urbana de Santander, en 2010

En esta otra imagen, de 2011, Santander tenía 178.095 habitantes y 92.423 viviendas (1,93 hab/vivienda). Y retrocediendo un poco más atrás en el tiempo, en 1991, había 196.218 habitantes y 72.029 viviendas en la ciudad (2,72 hab/vivienda).

En este proceso de expansión urbana, Santander ha perdido en 20 años 18.123 habitantes y, sin embargo, ha aumentado el número total de viviendas un 28%. Al mismo tiempo, ha disminuido la ocupación de las viviendas un 30%: si en 2011 la ciudad hubiera conservado la misma ocupación que en 1991, su número de habitantes sería 251.390. Pero la expansión sólo ha transformando en ciudad una buena parte del suelo agrícola y ganadero que aún conservaba la ciudad al norte, en los barrios de San Román y Monte, y al este, en Peñacastillo, Nueva Montaña y Adarzo, incrementando las distancias y los desplazamientos en la ciudad.

¿Es posible contener la expansión de las ciudades e incrementar la densidad de la trama urbana, mientras se mantiene la calidad del espacio urbano y se proporcionan nuevos servicios a la comunidad? Sí, conservando o delimitando el suelo agrícola que rodea -especialmente en las ciudades europeas- a una población de carácter urbano y con tasas de crecimiento demográfico casi nulas o negativas y donde no existe, por tanto, una razón que no sea económica-especulativa para la expansión urbana.

El suelo agrícola, valioso como base para la producción de alimentos de proximidad y como soporte de la biodiversidad y de los procesos ecológicos entre la ciudad y su entorno, es muy frágil: la capa superficial de tierra vegetal se forma naturalmente -y muy lentamente- por acciones inorgánicas -del agua, de la temperatura y del viento- y orgánicas -de pequeñas plantas, microorganismos y otros pequeños seres, como las lombrices- que desencadenan los procesos químicos que meteorizan la roca original y aportan los nutrientes que hacen fértiles a los suelos.

Por lo general, este suelo carece de una protección especial -lo que facilita su transformación- salvo en algunas ocasiones, cuando existe un valor ecológico, cultural o productivo que le otorga una singularidad que le hace importante para la sociedad: el área perimetral de las ciudades es un terreno relativamente barato, accesible y bien conectado con la trama urbana interior, lo que aumenta su fragilidad. Pero es, sin embargo, el soporte que proporciona recursos y alimentos a la sociedad, y permite el desarrollo de una cultura, fundada en el intercambio de los productos obtenidos en la propia ciudad.

Huerta norte de Valencia

Huerta norte de Valencia

El anillo agrícola perimetral ha sido fundamental en el éxito de las ciudades desde su aparición en el neolítico –Çatalhöyük, en Anatolia-: sostuvo las ciudades de las grandes civilizaciones antiguas –Augusta Emerita o Cuzco-, las nuevas fundaciones de los imperios de la Edad Moderna –Lima– o fundamentó buena parte del urbanismo utópico que, a finales del siglo XIX, pretendía resolver las insalubres condiciones de vida de las primeras ciudades industriales –la ciudad jardín-. Hoy, la conservación de los suelos agrícolas perimetrales es uno de los desafíos que debe abordar un planeamiento urbano sostenible y compatible con el territorio: la infraestructura verde o la creación de anillos agrícolas son algunas de las herramientas que permiten compatibilizar el desarrollo urbano con los usos agrarios, el ocio y el turismo verde, asegurando el futuro y el dinamismo de la ciudad.