Torre Guinigi, Lucca, Italia.
Giardino Pensile, Torre Guinigi, Lucca, Italia.

¿son sostenibles los árboles en cubierta?

15 de febrero de 2015
En los últimos años, muchos arquitectos -especialmente, los más jóvenes- han convertido la sostenibilidad y el uso responsable de los recursos naturales en un objetivo prioritario de sus proyectos. Es un paso necesario para reducir el impacto que nuestra actividad tiene en el territorio y en el medio ambiente, como también ha reconocido la Unión Europea: se estima que un 40% del consumo total de energía de la UE corresponde al sector de la construcción. Sea por convencimiento, sea por moda, sea por cualquier otra razón, lo cierto es que lo verde impregna muchos de los proyectos publicados en las principales revistas y portales de arquitectura. Pero, aunque todos estamos de acuerdo en conseguir que nuestra actividad sea más respetuosa, la sostenibilidad de muchos de estos proyectos es bastante discutible: por ejemplo, ciertas soluciones técnicas que permiten el ahorro de energía o la generación de electricidad no serían necesarias si los edificios estuvieran correctamente orientados y adaptados al clima local.
Aunque pueda parecer excesivamente literal, la vegetación es uno de los elementos que empleamos para hacer más verdes nuestros edificios. Entre otros muchos beneficios, las plantas son captadores naturales de CO2 y emisores de O2, proporcionan sombra, regulan el intercambio de humedad entre el interior y el exterior de las viviendas, ayudan a reducir las pérdidas de calor a través de las fachadas, amortiguan el ruido de la calle, relajan, fomentan el descanso activo de las personas, incrementan la calidad de los espacios interiores, crean fachadas más agradables e, incluso, producen alimentos. Sin embargo, a veces elegimos las plantas sólo por sus cualidades estéticas y estos posibles beneficios quedan muy reducidos. También debemos pensar en las condiciones climáticas y en los requisitos de suelo, nutrientes, agua y luz que las plantas tienen para poder desarrollarse adecuadamente. Un error bastante común es olvidar que las plantas necesitan un suelo sobre el que crecer y que este suelo debe tener una profundidad y una estructura que permita el enraizamiento. Nada hay menos sostenible que tener que sustituir periódicamente las plantas porque su suelo no es el adecuado o porque no están adaptadas al clima local.
Balconada con flores, Santillana del Mar, Cantabria.

Balconada con flores, Santillana del Mar, Cantabria.

Tradicionalmente, se han empleado árboles y arbustos en los patios interiores de los edificios como, por ejemplo, en los claustros de los monasterios. Sobre las fachadas, las flores, las trepadoras y otras plantas de pequeño tamaño han sido siempre las protagonistas: todos recordamos la imagen de las viviendas tradicionales con sus balcones cubiertos de flores en macetas de barro cocido o de las fachadas tapizadas por hiedras y rosales en las casas señoriales y palacios antiguos. No ha sido tan habitual, en cambio, el uso de vegetación en las cubiertas: quizás se deba a la propia forma inclinada a varias aguas de los tejados tradicionales o a la dificultad de asegurar su estanqueidad frente a la acción mecánica de las raíces. En cambio, hoy en día los jardines en cubierta con todo tipo de plantas, incluso árboles, son muy populares debido a la mejora de los sistemas de impermeabilización y aislamiento térmico que han hecho posible el uso de la cubierta plana incluso en climas en los que tradicionalmente se desaconsejaba su uso. Con todo, los jardines con árboles en lo alto de los edificios no son algo nuevo. Un ejemplo muy popular es el jardín de encinas que corona desde el siglo XV la Torre Guinigi, en Lucca, Italia.
La cubierta verde en sí parece una buena idea: entre otras cosas mejora el aislamiento térmico del edificio, protege las capas impermeabilizantes y aislantes, y ayuda a que el espacio resultante sea más agradable, atractivo y -¿por qué no?- productivo. Una cubierta plana puede ser un lugar de encuentro para los habitantes del edificio que, en el caso de un gran bloque de viviendas, puede llegar a ser una plaza elevada. Una cubierta plana también puede ser un huerto urbano. Una cubierta plana puede ser una zona de juegos. En definitiva, una cubierta plana puede ser un lugar perfecto para el encuentro social. Ahora bien, ¿es buena idea plantar árboles en las cubiertas? En mi opinión, a pesar de lo sugestivo de las imágenes que muestran las revistas, no.
Los árboles urbanos aportan muchas cosas positivas: por ejemplo, incrementan la biodiversidad de la ciudad -proporcionando un hogar a aves, pequeños roedores e insectos-, mejoran la calidad del aire -fijando las partículas en suspensión de la atmósfera, captando dióxido de carbono y devolviendo oxígeno-, retienen el suelo y previenen su erosión por la acción del agua y el viento, protegen a los viandantes de los vientos dominantes y dan sombra en verano. Más aún, el árbol -o los árboles- es un punto de encuentro: bajo un árbol se han reunido tradicionalmente los vecinos para debatir, legislar, juzgar o comerciar. El árbol -normalmente el más viejo o el más singular- es un hito urbano fundamental para entender el complejo tejido social de una población. Pero cuando lo elevamos sobre el suelo, el árbol pierde parte de su valor social. Lo convertimos en un objeto decorativo: algo que plantamos porque es bonito o nos atrae, o porque nos ayuda a diferenciarnos, como el jardín de la Torre Guinigi, imagen del poder que ejercían los señores Guinigi sobre Lucca.
Dos rascacielos de 110 metros y 76 metros que agrupan viviendas y un bosque vertical con 900 árboles: Bosco Verticale, Milán, premio International Highrise Award, 2014. Stefano Boeri Architetti.

Dos rascacielos de 110 metros y 76 metros que agrupan viviendas y un bosque vertical con 900 árboles.
Bosco Verticale, Milán, premio International Highrise Award, 2014. Stefano Boeri Architetti.

Aunque parezca lo contrario, plantar árboles en las cubiertas de nuestros edificios no es a menudo una solución sostenible. Plantamos árboles, entre otras cosas, para reducir el impacto de las emisiones de CO2 en la atmósfera, pero un sencillo cálculo nos puede ayudar a entender que ese proceso no es tan simple y quizás no es la mejor opción. La premisa fundamental es que todos los árboles necesitan un suelo profundo que permita a su sistema radicular desarrollarse: si el suelo no tiene suficiente profundidad -para árboles de una altura de 4 o 5 metros el suelo no debería tener menos de dos metros de profundidad, pero es más habitual ver suelos de un metro-, las raíces tenderán a extenderse horizontalmente. Si no pueden tampoco extenderse horizontalmente, el árbol morirá o no se desarrollará -en el mejor de los casos se convertiría en un arbolito o en un arbusto-. La masa de ese suelo sobre la cubierta es una gran sobrecarga de la estructura, que debe reforzarse. Teniendo en cuenta que el cálculo debe efectuarse en la condición más desfavorable -es decir, para el suelo saturado de agua (2100 kg/m3)-, un suelo de un metro de profundidad supone una sobrecarga de 2100 kg/m2 -sin contar el peso puntual del árbol, que con los años puede llegar a superar ampliamente la tonelada-. La mayor parte de nuestros edificios se construyen con estructura de hormigón armado: un forjado convencional de cubierta soporta de 800 a 1000 kg/m2, incluyendo su peso propio y las sobrecargas debidas al uso y a la acumulación de nieve. Si añadimos la nueva sobrecarga debida a los árboles, deberíamos triplicar el volumen de hormigón armado de nuestra cubierta -además de la sección de los pilares de las plantas inferiores- para asumir los esfuerzos estructurales provocados. Esto es un gran inconveniente ya que el hormigón es, posiblemente, uno de los materiales que más CO2 emite -debido sobre todo al proceso de fabricación del cemento portland-: una estimación conservadora muy habitual es que por cada metro cúbico de cemento se emite una tonelada de CO2, aunque en esta cifra influyen variables como el transporte y el combustible, el tipo de energía empleado en los hornos y la calidad de la materia prima. Teniendo en cuenta que la EHE-08 (la norma del hormigón armado estructural en España) establece un contenido mínimo de 250 kg de cemento por cada m3 de hormigón y que el cemento supone aproximadamente un 80% del total de las emisiones de CO2 que se pueden vincular a la fabricación del hormigón armado, las emisiones de CO2 por kg de hormigón armado estarán en torno a los 300g/kg. Además, en el balance total de emisiones y captación de CO2 deberíamos incluir también el transporte de los árboles desde los viveros, la energía empleada en la obra para colocarlos en su posición en el edificio -especialmente cuando se trata de rascacielos-, la energía utilizada por los sistemas de riego y por los abonos, y la sustitución de aquellos árboles que no consigan sobrevivir tras ser plantados: por ejemplo, los árboles plantados en cubierta están más expuestos al viento y, en determinados climas, pueden llegar a quebrarse fácilmente y arrojar ramas a la calle.
La capacidad de fijar el CO2 en un árbol viene determinada por su edad y su tamaño. Un estudio elaborado sobre la absorción de CO2 por los cultivos más representativos de Murcia -el enlace está al final del artículo- demostraba que la capacidad de los frutales -como el limonero, el naranjo o el albaricoque- para fijar CO2 era de 0,27 a 0,48 kg de CO2 por cada kg de árbol. Así, un árbol joven podría fijar aproximadamente de 3 a 6 kg de CO2 anuales, mientras que otro ya adulto, de 20 años podría fijar una cantidad 10 veces superior. Lo normal, sin embargo, es que nunca lleguen a crecer tanto: en un jardín de cubierta, raro es que superen los cuatro metros de altura, por lo que su capacidad de fijar CO2 será siempre inferior a la de un árbol adulto que crezca en un bosque o en parque urbano. Además, deben estar separados entre ellos, por lo que su densidad de plantación es baja, comparada con la de otras especies vegetales: para cítricos, por ejemplo, se plantan entre 0,02 y 0,04 árboles por metro cuadrado, que en una cubierta de 100 m2 nos permitiría tener como máximo 4 árboles que fijarían en sus primeros años de 12 a 24 kg de CO2 anuales. Sin embargo, si en vez de utilizar árboles empleáramos cereales o herbáceas podríamos aumentar la fijación de CO2 sin necesidad de utilizar un suelo tan profundo como con los árboles, aligerando el peso de la cubierta y, por tanto, reduciendo las emisiones de CO2 en la construcción del edificio al utilizar un menor volumen de hormigón en la estructura. Por ejemplo, si plantáramos tomate podríamos tener 2 plantas por cada m2, es decir, 200 tomateras que fijarían unos 160 kg de CO2 anuales. Una parte de lo fijado volvería a la atmósfera con la recolección, aunque estas pérdidas se compensarían con la menor emisión de CO2 durante la construcción del edificio. Son importantes en todo caso los periodos de generación y de captación del CO2: no tiene mucho sentido que la emisión generada en un año se compense durante los 20 años siguientes. De todos modos, esto sirve sólo como ejemplo: lo ideal en cualquier jardín es utilizar plantas completamente adaptadas al clima, resistentes, con bajo consumo de agua y poco mantenimiento.
Huerta norte de Valencia

Cinturón agrícola: Huerta norte de Valencia

En mi opinión, los árboles son unos fantásticos protagonistas urbanos que mejoran la calidad del aire y aumentan la biodiversidad de la ciudad. Debemos plantarlos con responsabilidad, favoreciendo su crecimiento natural. Si queremos de verdad mejorar la sostenibilidad de nuestras ciudades es mucho más razonable desarrollar y fortalecer los espacios libres, los parques, los jardines y las plazas. No sólo por una cuestión estrictamente ambiental, sino porque estos lugares también favorecen la cohesión social y la calidad del espacio público, haciendo más agradables nuestras ciudades. Todos los ciudadanos deberían poder tener una zona verde donde descansar, jugar, pasear, hacer ejercicio, encontrarse con los amigos o conocer nueva gente. Más aún, el mejor espacio público y el mejor sumidero de CO2 que tenemos es el cinturón agrícola que envuelve a todas nuestras ciudades: más que plantar árboles en las cubiertas, deberíamos centrarnos en mejorar nuestros espacios públicos para asegurar la sostenibilidad de nuestros asentamientos, de nuestros paisajes y de nuestra sociedad.
Notas:
Directiva 2010/31/UE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 19 de mayo de 2010, relativa a la eficiencia energética de los edificios.
Canadell, J., Jackson, R.B., Ehleringer, J.R., Mooney, H.A., Sala, O.E., Schulze, E.-D.: Maximum rooting depth of vegetation types al the global scale. Oecologia, 108 (1996)
Mota, C., Alcaraz-López, C., Iglesias, M., Martínez-Ballesta, M.C., Carvajal, M.: Investigación sobre la absorción de CO2 por los cultivos más representativos. Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)
Peso específico aparente de algunos materiales