Humedal de Salburúa, Anillo Verde de Vitoria-Gasteiz
Humedal de Salburúa, Anillo Verde de Vitoria-Gasteiz

la infraestructura verde en la ciudad

12 de octubre de 2013
Tradicionalmente, los espacios verdes en las ciudades se han planificado como espacios residuales de la actividad urbanizadora: lugares definidos en negativo frente a lo construido, es decir, como áreas en las ciudades en las que no se han realizado -aún- procesos de urbanización ni edificación y que aún conservan una cierta naturalidad en la capa superficial de sus suelos. Es lo que llamaríamos un tanto burdamente espacios no cementados.

En España, los espacios verdes quedan incluidos en una figura llamada reserva de suelo para espacios libres cuya extensión está establecida por la legislación urbanística en función de la superficie y de la edificabilidad del sector al que pertenecen, del mismo modo que las reservas de suelo para colegios, centros de salud o aparcamientos. En la superficie de espacios libres se computan también las plazas, de modo que los espacios verdes comparten reserva de suelo con otros espacios públicos claramente cementados.

Sin embargo, la legislación urbanística no establece dimensiones mínimas para cada una de esas zonas verdes -sólo que en conjunto cumplan con la reserva mínima de suelo-, tipologías verdes -formas, densidad de arbolado o riqueza de especies de flora y fauna-, ni distancias máximas a las viviendas o accesibilidad a la población. Esta laxitud en la legislación provoca que muchas veces nuestros espacios verdes estén un tanto abandonados, infrautilizados y situados en las zonas menos accesibles de la ciudad, debido a que, desde el punto de vista de ciertos planificadores y políticos, las zonas verdes son sólo un impedimento al desarrollo de la ciudad, un mal necesario con el que hay que contar para justificar la legalidad de la actuación urbana. Afortunadamente, cada vez más estudios reafirman los beneficios que las zonas verdes aportan a la ciudad, desde el punto de vista ambiental, ecológico, de la sostenibilidad, social, sanitario, cultural, de la movilidad urbana, e, incluso, económico -puedes leer más en nuestro artículo ¿cómo de verdes son nuestras ciudades?-.

Pero las zonas verdes, además de los beneficios que aportan a la ciudad y a sus habitantes, son espacios que estructuran y dan soporte a funciones necesarias para la ciudad. Así, de un modo análogo a las redes de servicios que proporcionan agua potable, alcantarillado, luz o gas, una zona verde puede ser también una infraestructura si es capaz de proporcionar servicios a la ciudad que excedan su propio entorno local: los ríos, los bosques urbanos o los humedales son elementos que tienen un interés biológico, natural y ecológico, como hábitats valiosos y diversos en relación a la ciudad y como lugares de ocio y esparcimiento, pero también pueden, por ejemplo, conectar diferentes zonas urbanas mediante caminos, sendas urbanas y vías ciclistas, pueden ser sumideros de CO2 o fijar las partículas en suspensión de la atmósfera, pueden reducir el efecto de las inundaciones y las escorrentías sobre la ciudad, pueden atenuar la contaminación acústica, y pueden facilitar la infiltración y regular el ciclo del agua de lluvia para proteger la erosión de los suelos.

La rehabilitación y creación de nuevas zonas verdes urbanas mejora claramente la calidad de vida de los habitantes de una ciudad pero, si sólo son gestionadas como elementos individuales y no como parte de un sistema, no son infraestructuras sino equipamientos. La infraestructura verde sólo es totalmente funcional si es considerada en un ámbito territorial que exceda los límites físicos de los núcleos de población: en los procesos ecológicos, las zonas verdes necesitan estar en relación con otras zonas verdes próximas para asegurar la diversidad biológica y el intercambio de material genético, el desplazamiento de flora y fauna, y la conservación y gestión de los hábitats. Al mismo tiempo, los usos relacionados con la sostenibilidad, como el uso racional de los recursos, la disminución de los niveles de contaminación atmosférica y acústica, o la gestión del agua, de los residuos y del suelo productivo, sólo pueden tener sentido a escala territorial: sólo se es sostenible a una escala global, excediendo de los límites de la ciudad, porque los recursos mismos exceden de esos límites físicos de la ciudad. El límite de la sostenibilidad no es, por tanto, lo local -el barrio, la ciudad- sino lo territorial, a la escala que permita entender el núcleo de población y su entorno como un todo indisoluble.

Pero esa proyección territorial es quizás más intensa desde el punto de vista social y cultural, en el que la infraestructura verde puede articular la relación de la ciudad con su territorio próximo: conecta de un modo físico -mediante caminos, sendas y vías ciclistas- el mundo urbano con el mundo rural -y con el mar, los bosques, praderas y montañas-, introduce lo natural en el tejido urbano, favorece la disminución de estrés en los ciudadanos, puede ser un espacio productivo agrícola y ganadero de proximidad, es un límite a la expansión urbana descontrolada, y tiene un valor simbólico e identitario de recuerdo de la naturaleza perdida y del hábitat transformado.

La infraestructura verde es, así, algo más que una zona verde habitual -algo más que un parque urbano, que un jardín o que una calle arbolada- porque, además de introducir lo verde, proporciona servicios ecosistémicos que permiten un mejor funcionamiento de la ciudad: la Comisión Europea, en su informe una infraestructura verde (2010), define como componentes de una infraestructura verde los espacios naturales protegidos, los ecosistemas de alto valor ecológico, los ríos y sus llanuras aluviales, los humedales y litorales, las praderas, los bosques, los espacios agrícolas y los setos vivos que dividen las parcelas, los hábitats recuperados o restaurados, ecoductos y zonas de paso para la fauna, áreas multifuncionales respetuosas con el medio ambiente, parques urbanos, fachadas y cubiertas verdes, y otras zonas urbanas que favorezcan la adaptación y la mitigación del cambio climático.

En realidad, una infraestructura verde no es algo natural en sí mismo -pocos espacios realmente naturales o con una pequeña huella humana existen hoy en Europa-, sino una herramienta que empleando la flora y fauna locales realiza una función ecológica, sostenible, cultural y social en la ciudad, y la integra en su marco territorial.

¿Cómo podemos desarrollar infraestructuras verdes en nuestras ciudades? Existen algunos ejemplos significativos, como el Emerald Necklace, un sistema de parques urbanos en Boston, proyectados entre 1878 y 1896 por Frederick Law Olmsted -autor también de Central Park, en Nueva York- que es, quizás, el primer ejemplo de infraestructura verde urbana. Otros ejemplos, como el Anillo Verde de Hamburgo, la infraestructura verde de Chicago y su región, la iniciativa verde de Portland, la estrategia verde de Berlín, el Anillo Verde de Ontario, el Anillo Verde de Ottawa, o el Plan de Infraestructura Verde de Estocolmo son también aproximaciones interesantes a la infraestructura verde, desde lo local a lo territorial.

En España, el paradigma es el Anillo Verde de Vitoria-Gasteiz, un sistema de parques periurbanos y espacios naturales conectados entre sí que contienen el crecimiento de Vitoria-Gasteiz y crean un espacio de transición ecológica -un ecotono- en contacto con la llanura agrícola de la Llanada Alavesa, y conectado transversalmente mediante ríos y corredores ecológicos a las zonas verdes del interior de la ciudad y a las montañas del norte y sur de la Llanada. A escala territorial, el Plan de Acción Territorial de Infraestructura Verde y Paisaje de la Comunidad Valenciana o, también en Valencia, el Plan de Acción Territorial de Protección de la huerta son otros buenos ejemplos.

Para saber más:
Una infraestructura verde, Comisión Europea, 2010
Infraestructura verde urbana, El blog de Fariña, 2012
El Anillo Verde Interior. Hacia una infraestructura verde urbana en Vitoria-Gasteiz, Centro de Estudios Ambientales, 2012
Design With Nature, Ian McHarg, Natural History Press, Garden City, New York, 1969
Land Mosaics: The Ecology of Landscapes and Regions, Richard T.T. Forman, Cambridge, 1995



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